Disciplina y coraje para aguantar hasta ser el último en pie

Voy a contarte la historia de cuando decidí entrar en el Ejército, cómo fue el periodo de instrucción y como aguanté de todo, decidido a ser el último que quedara en pie. Decidido a que nadie, jamás, nunca, pasara lo que pasara iba a aguantar más que yo.

Era una mala época en mi vida, necesitaba un cambio, necesitaba espabilar, necesitaba que me pusieran firme e hice lo mejor que podría haber hecho, entrar a formar parte del Ejército Español (en mi caso en el español, porque soy de España).

Siempre había querido hacer la “mili” (servicio militar obligatorio). De pequeño, tanto mi padre como mis tíos, siempre nos contaban a los niños duras historias de disciplina, sacrificio y superación de sus años en el servicio militar. Pretendían asustarnos, contando batallitas y sucesos nada agradables. Mis amigos y primos escuchaban acojonados de miedo.

Yo escuchaba con gran admiración por aquellos hombres curtidos, que tan duras vivencias habían soportado. Yo quería pasar por aquello, Yo quería convertirme en un hombre, pero un hombre duro de verdad.

Sé que esto puede sonar como un pensamiento retrógrado, pero a mí esa mentalidad me ayudó mucho en la vida. Me ayudó a superar miedos, a superar limitaciones, a no flaquear ante ataques continuos en el colegio (lo que hoy se conoce como bullying) … No me doblegaba ante nada ni ante nadie, a pesar de ser un niño bajito, débil físicamente y con intereses especiales (raros, era un friki).

Luego pasaron cosas, muchas cosas. Tuve una adolescencia complicada.

Casualidades de la vida, el año que yo tenía que hacer la “mili” (recuerda que esto era el servicio militar obligatorio) el Gobierno decidió eliminarlo. Ahora solo serían militares aquellos que decidieran serlo de forma voluntaria. Así que con 18 años decidí entrar irme al Ejército. Y allí que me fui, con mi 1,70 cm de altura y menos de 60 kg de peso.

Pasé las pruebas de selección y, resumiendo mucho, me fui al centro de instrucción, donde debería pasar un periodo de “prueba” de 3 meses. Durante ese tiempo tenía opción de irme y tenían opción de echarme.

A pesar de haber sacado buena nota en la preselección, y de poder elegir estar en una oficina o en una unidad de servicios, decidí elegir Infantería Ligera. Sin entrar en detalles ni en debates, para quien no esté familiarizado con el mundo militar, escogí la opción más dura.

Quería vivir 100% la experiencia real, quería ser el hombre duro que desde pequeño había pensado en convertirme.

El destino que escogí, unido a que acababan de quitar la “mili”, hizo que aquel periodo de instrucción se convirtiera en un infierno.

Ten en cuenta que nosotros fuimos los primeros voluntarios (ya había voluntarios antes, pero ahora todos lo éramos),

A los mandos les daba rabia que algo que durante años la gente había temido y había intentado evitar a toda costa, fuera para nosotros una elección voluntaria tomada de buen agrado. Querían demostrarnos lo equivocados que estábamos, y lo iban a hacer costara lo que costara, sufriéramos lo que sufriéramos.

Y si crees que exagero, te aseguro que no es así. Por cosas de la vida, dejé el Ejército años más tarde para dedicare a otras cosas, y unos años después volví al Ejército (esa es otra larga historia). Pues bien, te aseguro que el cambio en el trato era extremadamente diferente. No digo que ahora no sea algo muy duro, pero nada que ver con la vez anterior, ni de lejos.

En fin.

A lo que quiero ir a parar es que allí llegamos casi 400 personas. Y de todos ellos, solo unos 80 acabamos el periodo de instrucción. Los demás se quedaron por el camino. Algunos se fueron, al resto los echaron literalmente a patadas, diciéndoles que no valían para nada.

Yo, evidentemente, tuve pensamientos de abandonar más de una vez. Eran fugaces pensamientos.

Quise abandonar cuando vomitaba del esfuerzo. Quise abandonar cuando corríamos por los cortafuegos de las montañas, en pleno verano, a 45º y con mochilas llenas de piedras en la espalda, y veía a compañeros desmayarse a mi lado. Quise abandonar cuando me hacían superar mis límites físicos y psicológicos hasta extremos que no te imaginas (o sí, pues quizás sepas igual o mejor que yo de qué te estoy hablando).

Pero con mis menos de 60 kg de peso, miraba alrededor, miraba a los demás y pensaba: “Si él puede yo también. Es humano igual que yo. Será más fuerte, más grande, más ágil… pero no hay nadie aquí, NADIE, que pueda aguantar más que yo. Imposible. Mientras haya uno solo en pie, yo aguantaré o moriré intentándolo”.

Y pensé eso cada día, cada momento.

Tenía claro que mientras hubiera una sola persona allí, yo también estaría allí mientras conservara la vida.

Mi padre me enseñó a ser duro cuando era niño (esa es otra historia), y eso fue duro para mí. Así qye yo siempre quise ser lo más duro posible. Esa mentalidad es la que me llevó a aguantar aquella experiencia y cuatro años más, a pesar de no ser el más cualificado físicamente.

Aquello, y el resto de los años que estuve sacrificándome día a día como Soldado Profesional, me ayudaron a alcanzar el nivel de autodisciplina que he podido utilizar en otros ámbitos en mi vida. La autodisciplina que me ayuda a no rendirme, a no abandonar, a hacer lo que hay que hacer sin excusas, a luchar por lo que quiero.

Sin duda, aquellos años me aportaron algo muy valioso. Cuando paso por momentos duros, y aun así sigo firme, alguna gente me pregunta, “¿cómo puedes aguantar?”. Y yo les digo una frase que aprendí de un buen amigo del Ejército:

“Esto son cáscaras para las naranjas que yo me he comido”.

En esta vida nadie fracasa, solo hay gente que abandona. Woody Allen decía, “El 90% del éxito se basa simplemente en insistir” y también “Me tomó 20 años tener éxito de la noche a la mañana”.

No rendirse nunca es la clave para alcanzar el éxito. En el camino hacia tus metas, encontrarás obstáculos y desafíos que pondrán a prueba tu determinación. Sin embargo, cada paso que das, incluso los más pequeños, te acerca a tu objetivo. La disciplina es tu aliada en este viaje. Es la fuerza que te impulsa a seguir adelante cuando la motivación flaquea.

Recuerda que los grandes logros no se consiguen de la noche a la mañana; requieren constancia, esfuerzo y una dedicación inquebrantable. Mantén siempre en mente tu visión, trabaja arduamente y no permitas que los contratiempos te detengan. Con perseverancia y disciplina, no solo alcanzarás tus sueños, sino que también descubrirás la mejor versión de ti mismo.

¡Sigue adelante, el éxito te está esperando!

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