
Una mañana cualquiera…
Me levanté, fui al baño, me lavé la cara y me miré al espejo.
Y ahí estaba:
Un tipo que decía que quería cambiar su vida… pero que no movía un dedo.
Me di asco. Y no era por el físico.
Era por algo mucho peor: estaba traicionando al cabrón que decía querer ser.
Había dicho que empezaría a entrenar.
Que dejaría el azúcar.
Que escribiría ese maldito libro.
Que lanzaría ese proyecto que llevaba meses planeando.
¿Y qué hacía?
Scroll infinito. Justificaciones baratas. Comida basura. Pereza camuflada de “descanso”.
A ver, yo siempre había sido un maldito esparatano mega-hiper-súper disciplinado. Pero me pasaron cosas personales. Cosas que me superaron. Y caí en una profunda depresión.
Quizás ya sabes bien como van esas cosas.
En fin, ese dije que «ya basta». Ese día lo vi claro.
Yo era mi propio saboteador.
Mi mayor obstáculo.
El enemigo no estaba fuera. Estaba en ese espejo, con la cara lavada y mirada de imbécil.
Y ese fue el punto de inflexión.
No esperé al lunes.
No hice un cursi calendario.
No busqué apps ni videos de motivación.
Solo me dije:
“No más. Hoy empieza el puto cambio.”
La Disciplina Empezó Cuando Dejé de Negociar Conmigo Mismo
Desde ese día, la regla fue simple:
Si lo dije, lo hago.
Con ganas o sin ganas.
Con sueño, dolor o distracciones.
¿Y sabes qué pasó?
- Volvió el respeto propio.
- Volvió la energía.
- Empecé a confiar en mí.
- Y sobre todo, dejé de odiar al tipo que veía en el espejo.
Porque no hay mayor poder que mirarte y pensar:
“Estoy cumpliendo con lo que dije”.
¿Tú También Estás Harto de Sabotearte?
Haz esto hoy:
Ponte frente al espejo.
Mírate de verdad.
Y pregúntate:
¿Estoy siendo quien dije que sería?
Si la respuesta es no…
bienvenido al inicio de tu verdadera transformación.
No necesitas más motivación.
Necesitas disciplina.
Todos los días. Sin negociar. Sin excusas.
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